Por Erick Rivera
Sin embargo, pese a lo valiosas que son,
las gramáticas tradicionales tienen el fallo de dejar inexpresadas
muchas de las regularidades básicas de la lengua a la que se refieren.
Noam Chomsky, Aspectos de la teoría de la sintaxis.
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Las combinaciones gramaticales de una lengua son inconscientes en el ser humano. Nadie le explica a un niño, que aprende de a poco su idioma, cómo construir una oración; nadie le dice cuál es la posición más idónea del sujeto; nadie, tampoco, le explica al detalle las conjugaciones verbales. Nadie. El aprendizaje de un idioma nativo y sus correspondientes estructuras viene dado por circunstancias y paradigmas que aún se encuentran en el medio del mundo de las dudas. “No sabemos por qué hablamos como hablamos, y en la vida cotidiana no nos ponemos a dar instrucciones a nuestras palabras, sino que simplemente laten con nosotros, respiran y huelen” (Grijelmo, 2006, p.17).
Por ello, es irreal plantearse la meta de explicar por qué se habla así, y es una ilusión pensar, tomando en cuenta la riqueza del español y la visión panhispánica contemporánea, que un documento o un tratado sobre gramática pueda llevarnos a conclusiones de cómo se debe hablar. Todo esto más allá de opiniones sobre qué es normativo u oficial.
Pero si ese mundo está tan velado a los ojos de los lingüistas y académicos de diversa escuela, ¿cuál es la razón real de estudiar gramática?, ¿de qué sirve semejante faena si, en la práctica, aún subyacen ante ese conocimiento una inmensa cantidad de razones para no llegar a él?, ¿de qué sirve la comprensión de aquellos hilos que mueven el idioma?
Para analizar lo anterior, hay que empezar por lo primero, por una pregunta indudablemente común, pero de innegable importancia: ¿qué es la gramática?
La gramática es la disciplina que estudia sistemáticamente las clases de palabras, las combinaciones posibles entre ellas y las relaciones entre esas expresiones y los significados que puedan atribuírseles.
Ignacio Bosque y Violeta Demonte, Gramática descriptiva de la lengua española.
Si bien el idioma es un gigante que crece −con todas esas combinaciones, expresiones y relaciones que lo vitaminan−, al que no podemos llegar a abarcar, al que irrefutablemente no dominamos (si no, obsérvense las variables de todas las regiones de habla hispana, muchas de ellas mal vistas durante siglos de predominio de la norma eurocentrista) y al que apenas reconocemos, es también aquel que puede ser analizable, y en ello entra la relevancia del papel de la gramática y su estudio.
Pero no hay que confundirnos. Llegar al panhispanismo, esa visión más flexible y de apertura a las distintas formas de expresión del mundo de habla hispana, es un proceso que aún está en ciernes. La crítica de Noam Chomsky sobre ese “fallo” de las gramáticas tradicionales revela una noción generalizada sobre el sesgo real y tradicional hacia diversos tipos de expresión que viven en la periferia de un idioma.
Durante décadas, las principales vertientes del conocimiento lingüístico han puesto sus ojos en el “para qué” de la gramática. Según el célebre Ferdinand de Saussure, en su obra de mayor repercusión, Curso de lingüística general, las gramáticas se proponen únicamente “dar reglas para distinguir las formas correctas de las formas incorrectas”. Esta visión, de 1916, ha cambiado con el paso del tiempo, y ha motivado discusiones, debates y conclusiones de las más variadas especies. El positivismo, obviamente, influyó en el pensamiento de grandes intelectuales de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
Visión contra visión
Dos corrientes dan pie a ese incesante debate que nace oficialmente con la voz de Saussure: 1. Aquella que presupone ser normativa, oficial, y que busca ser referente, pero con el valor agregado de representar a una institución. En el caso de la lengua española, este valor es exclusivo de la Gramática de la Academia (Carreter en Bosque, p. XIII); 2. Aquella que explica, que describe, que analiza las combinaciones idiomáticas y que no pretende normar, sino exponer y estudiar las estructuras, sean estas consagradas, referidas a la norma culta o no.
Pero resulta en extremo curioso –y revelador−, que para Carreter, director de la Real Academia hasta el crepúsculo del siglo XX, la gramática hispánica más importante de ese siglo sea la Gramática descriptiva, de Ignacio Bosque y Violeta Demonte, que responde, como bien indica su nombre, a la segunda de las corrientes arriba expuestas.
Es que “las gramáticas no dicen cómo se debe hablar, sino cómo se habla. La medicina no establece cómo debe funcionar el cuerpo humano, sino cómo funciona” (Grijelmo, 2006, p. 20). Y ese “cómo se habla” es un universo que, en el idioma español, abarca países, sociedades, continentes… todos de la más variada cultura y visión de mundo.
A mi juicio, la norma debe ser una línea que nos diga cómo llegar a una meta, pero no hay que pensar que esa es la única vía posible. Afortunadamente, la Nueva gramática de la lengua española pretende constituir el más grande esfuerzo por unificar un criterio que no aplaste de antemano las posibilidades de expresión de la América hispánica, que no juzgue sin analizar, que hable de español estándar, pero que no rehúya a intelectualizar locuciones adverbiales o conjuntivas modernas, tipos de expresión o palabras de cualquier otra categoría, y que sean propias de una región distinta a la española. Afortunadamente, Bosque ha coordinado tan laboriosa empresa teniendo como objetivo mostrar al mundo un español más abierto y más real. Un español que conlleve un estudio de las particularidades regionales, y en el que sea más factible aprender una gramática que refleje la realidad de la lengua que hablamos.
San Salvador, enero de 2010.
Antes de la presentación oficial, en El Salvador, de la Nueva gramática de la lengua española.